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Artículo realizado por el Equipo de TKE Home Solutions
Miércoles, 02 de marzo de 2022, 13:00, última actualización: Jueves, 03 de marzo de 2022, 12:00.
No existe una fórmula 100 % eficaz para evitar los infartos, pero sí se puede reducir el riesgo de padecerlos. De hecho, en España, debido a las mejoras en el estilo de vida, el número de muertes por infarto agudo de miocardio ha ido disminuyendo año tras año. En 2006 fueron más de 22.000 personas las que murieron por esta enfermedad, es decir, casi un 6 % de los decesos totales, mientras que, en la actualidad, el porcentaje se ha visto reducido, aproximadamente, a un 2,5%. Y lo más importante, el 80 % de los infartos de miocardio se pueden prevenir con hábitos de vida saludables.
Las personas mayores tienen más probabilidades de sufrirlo porque con la edad aumentan las alteraciones del corazón. La posibilidad de sufrir una insuficiencia cardiaca se duplica cada diez años a partir de los 45 años. La mayor parte de los factores de riesgo cardiovascular suelen darse por encima de los 80 años. La edad no es impedimento para que se contraindique el uso de cualquier fármaco, ni para aplicar cualquier tipo de cirugía. Será el cardiólogo de una persona mayor quien valorará las alteraciones en la función cardiaca y qué tipo de soluciones se pueden ofrecer.
El riesgo de padecer problemas cardiovasculares es mayor: cuando un familiar masculino de primer grado (padre o hermano) ha sufrido un infarto antes de los 55 años o si un familiar femenino de primer grado (madre o hermana) ha sufrido un infarto antes de los 65 años. Cuando el padre y la madre han tenido incidencias cardiovasculares antes de los 55 años, el riesgo del hijo se incrementa un 50%. Los antecedentes familiares son un elemento de riesgo no modificable, así que las personas con predisposición familiar a padecer enfermedades cardiovasculares deben buscar la manera de modificar los factores a alterar en su beneficio.
Las hormonas femeninas ejercen un efecto protector ante un infarto. Por ello, con la llegada de la menopausia, desaparece la defensa que le proporcionaban los estrógenos y aumentan sus probabilidades de padecer enfermedades del corazón. Tres de cada diez mujeres que mueren en España se deben a problemas del corazón. Además, suelen tener un incremento de patologías relacionadas con la obesidad y la diabetes después de la menopausia.
Existen estudios que indican una mayor probabilidad de las personas de raza negra a padecer hipertensión arterial. Además, se dan peores pronósticos en este grupo. Por otra parte, en los países asiáticos se da un mayor riesgo de ictus y uno más bajo de infarto de miocardio. El hecho de que haya diferencias en la incidencia de estas patologías entre las razas es consecuencia de las diferencias en la alimentación y de otros factores de riesgo.
Al margen de factores específicos como la edad, la genética, sexo y raza, un infarto se produce en todos los casos como consecuencia de la acumulación de placas de grasa en las paredes arteriales y aparece bruscamente cuando una de estas placas se desprende. Esto provoca la formación de un coágulo que acaba obstruyendo alguna de las arterias del corazón y, debido a la falta de riego sanguíneo, una parte de las células cardiacas muere. Los síntomas comunes que suelen aparecer cuando se tiene un infarto son: un dolor que surge de repente, comienza en el pecho y se va ampliando hacia alguno de los brazos, cuello y espalda; también puede ir acompañado de mareos y sudores.
Existen síntomas previos que conviene conocer y que pueden ser la señal de alarma de un ataque al corazón incluso con un mes de antelación.
Sobre todo, suele sucederle a las mujeres, y en muchas ocasiones se puede llegar a confundir con los sofocos asociados a la menopausia. Esta sudoración excesiva ocurre independientemente de la temperatura, o de si se está en reposo sin realizar esfuerzos físicos. Las sábanas pueden llegar a estar húmedas por la mañana.
Este síntoma también se da mucho más en mujeres y se puede relacionar con la posibilidad de tener un ataque cardíaco o de tener un accidente cerebrovascular. Este suele ir acompañado de ansiedad y de falta de atención.
Aunque hay mujeres a las que también le afecta, generalmente este indicador de riesgo de padecer un infarto afecta más a hombres mayores de 50 años.
Se da mucho más en mujeres que en hombres y a menudo va acompañada de ataques de ansiedad. Surge bruscamente y de manera diferente. La arritmia puede presentarse mediante un latido irregular o a través de un aumento de la frecuencia cardíaca.
Se puede detectar por la incapacidad de respirar profundamente. Puede llegar a ocurrir incluso medio año antes de sufrir un infarto.
A continuación os ofrecemos una serie de consejos para que podemos hacer para evitar sufrir un ataque al corazón.
Una dieta sana para el corazón es aquella que aporta grasas buenas o no saturadas para evitar la formación de placa en las arterias. Son beneficiosos alimentos como el aguacate y el pescado. También conviene reducir las grasas saturadas de la carne grasa y de los lácteos. Se recomienda, además: el consumo de fibra soluble (esta se puede encontrar en alimentos como las lentejas y la avena); consumir menos azúcar, especialmente el que se encuentra en la comida procesada como la bollería y las bebidas azucaradas.
Existen estudios que demuestran que un uso moderado del alcohol puede hacer subir el nivel de HDL o colesterol bueno. Sin embargo, al tomar alcohol es relativamente fácil excederse de ese “uso moderado” y acabar teniendo problemas de salud a corto, medio y largo plazo. El aumento del riesgo de infarto debido al abuso de alcohol es prácticamente el mismo que el de otros factores de riesgo como la diabetes o la hipertensión.
Las personas con un mayor riesgo de sufrir un infarto, tienen a su disposición actualmente múltiples fármacos que pueden ayudarles a evitar sufrirlo. Por ejemplo, los antiagregantes plaquetarios como el ácido acetilsalicílico (aspirina), las estatinas, los betabloqueantes o los inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina (IECA). Además, el beneficio de estos fármacos va más allá de la prevención del infarto. Y es que está demostrado que los pacientes con enfermedad cardiovascular que, incluso tomando la medicación, padecen un infarto, tienen un riesgo menor de fallecer a consecuencia del mismo. Eso sí, siempre habrá que tomarlos con prescripción médica y previa consulta con un especialista.
El riesgo de infarto cardiaco disminuye a las 24 horas de dejar de fumar y la función pulmonar aumenta un 30 % a los 15 días. Además, cuando se deja de fumar se reduce el LDL o “colesterol malo”. Es decir, cuando se tiene mucho LDL, el exceso de colesterol puede acumularse en las paredes arteriales. En esta situación, si se deja de fumar, se produce un incremento del “colesterol bueno” que ayuda a eliminar al “malo” y, en consecuencia, a evitar la formación de placa.
Los expertos recomiendan realizar algún tipo de actividad física, al menos durante 30 minutos, tres veces a la semana. De esta manera no solo fortaleceremos los músculos del corazón, si no que mejoraremos el flujo sanguíneo, regularemos la presión arterial y bajaremos peso. Lo más recomendado es caminar, correr, nadar o montar en bicicleta.
Dos de cada diez personas que han sufrido un infarto habían tenido previamente un episodio de estrés severo, tener mucho estrés hace que el corazón lata mucho más rápidamente, y de esta forma, que el flujo de sangre que circula a través de las vasos sanguíneos sea mayor, lo que puede provocar su rotura y que esta genere un coágulo. Es fundamental apartar los problemas diarios de nuestra vida, descansar lo suficiente, dedicar tiempo a nuestros hobbies y ¿por qué no? probar con musicoterapia, yoga o tai chi, y acudir a un psicoterapeuta si es necesario.
Las enfermedades cardiovasculares tienen un carácter asintomático en sus primeras fases de desarrollo, por ello es muy importante hacerse revisiones médicas para realizar un diagnóstico precoz. Los especialistas realizarán una valoración inicial y nos solicitarán realizarnos pruebas como una analítica completa, un electrocardiograma, un Angio-TAC, una Coronariografía por TAC o un PET-FDG (Tomografía por Emisión de Positrones con 18F-fluorodeoxiglucosa). Para después realizar un informe final y valorar el tratamiento a seguir.
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